Esto lo aprendimos en México con la fallida guerra contra las drogas que se desató en 2006 y que ahora nos tiene en el umbral de una intervención.
De no ser porque el tema es de uso corriente entre algunos medios y comentaristas de México y EE. UU., ni siquiera valdría la pena tocarlo. Sin embargo, para evitar que una mentira repetida ad nauseam se acepte como verdad, es necesario cortar su repetición sintomática circular.
Empecemos por la etiología del planteamiento de una intervención militar estadounidense para combatir a los cárteles y a sus dirigentes criminales. El origen de esta idea se ubica en el imaginario doctrinal y político del pensamiento conservador de derecha, tanto en México como en EE. UU. Desde la guerra de Independencia hasta la Revolución mexicana, acentuándose ahora con la llegada al gobierno y la continuidad de la 4T, la idea derechista de una intervención extranjera para detener ese tipo de procesos de transformación aparece cíclicamente.
Varios historiadores de la derecha, como Gastón García Cantú, Horacio Labastida y Arnaldo Córdova, han descrito a los polkos como aquellos mexicanos simpatizantes del expresidente estadounidense James K. Polk, quien fuera un actor clave en la pérdida de territorio mexicano durante la invasión de 1846-1848.
Los “neopolkos” serían entonces los conservadores de hoy que, ante la pérdida de apoyo popular y electoral interno, impulsan la intervención externa como factor sustancial para salvar y rescatar al país de alguna amenaza o problema nacional; en este caso, los cárteles de las drogas.
Es necesario aclarar que el problema de los cárteles existe, no es una invención ideológica, y constituyen una amenaza real a la seguridad, estabilidad y salud pública de México y EE. UU., pero el tema es otro: las diferencias y controversias que nacen en torno a cómo atacar y superar esa amenaza binacional e internacional.
Se enfrentan dos visiones y dos estrategias para atender un problema común: por un lado, la visión punitiva, policial y militarista; por el otro, la visión integral, radical y humanista.
Para quienes optan por la primera opción, el narcotráfico es un tema de oferta que se combate con prohibiciones, más policías, cárceles y segregación de las personas que padecen una adicción.
Para quienes se inclinan por la segunda alternativa, es un problema de demanda, que tiene causas sociales (desintegración familiar, pobreza, falta de oportunidades para jóvenes), y para combatirlo de raíz son más eficaces la prevención, la educación, la rehabilitación y la integración a la vida social y productiva de las personas con adicciones. En la perspectiva integral, acabar con los cárteles del narcotráfico es un tema de combate a la impunidad judicial; a la corrupción policial, y a la protección política nacional, binacional e internacional, pero también de proceder a la extinción de dominio y contra las fuentes económicas y financieras que permiten a los cárteles reproducirse y arraigarse como grupos de poder.
¿Todo esto, que contempla la propuesta integral, radical y humanista, lo resolvería un ataque de drones con bombas teledirigidas o incursiones con militares de élite o expediciones castrenses por aire, tierra y mar? Sobran estudios y pruebas que demuestran precisamente lo contrario: atacar un panal de abejas asesinas con bombas o granadas, lejos de exterminarlas, las disemina y terminan reproduciéndose por miles. Son más los daños y efectos colaterales que los perjuicios a los objetivos específicos. Y esto lo aprendimos en México con la fallida guerra contra las drogas que se desató en 2006 y que ahora nos tiene en el umbral de una impensable intervención extranjera.
X: @RicardoMonrealA