Mientras solo se privilegie el enfoque punitivo y se descuide el ángulo de la salud pública, habrá países que pongan las personas muertas, y otros, las que padecen adicciones.
Los dos cárteles icónicos del submundo del narcotráfico latinoamericano han sido el de Medellín y el de Sinaloa. El primero operó entre las décadas de 1970 y 1980, mientras que el segundo viene de un poco más atrás, de los años sesenta del siglo pasado.
Sus figuras centrales, en momentos distintos, fueron perseguidas sistemáticamente por las agencias estadounidenses y latinoamericanas, hasta su captura o muerte. Pablo Escobar nunca estuvo detenido en territorio de la Unión Americana y prefirió morir en un enfrentamiento directo antes que ser extraditado. Ismael “Mayo” Zambada también rehuyó la extradición hasta que un día, de acuerdo con algunas versiones, fue sustraído de territorio mexicano para su entrega en suelo estadounidense.
Tanto ayer, en diciembre de 1993, cuando fue abatido Pablo Escobar en Medellín, como hoy, en agosto de 2025, cuando se anuncia la declaratoria de culpabilidad de Ismael Zambada, en Estados Unidos se informó que los cárteles habían sido decapitados, y sus estructuras criminales, liquidadas. Sin embargo, entre los 32 años que transcurrieron entre uno y otro evento, el narcotráfico —como riesgo de salud pública— amenaza a la seguridad nacional, y el fenómeno criminal no disminuyó; al contrario, se ha vuelto cada vez más letal, amenazante y retador.
Y aquí es donde nacen las diferencias de estrategia, enfoque y maneras de combatir un mismo flagelo que amenaza por igual a la población estadounidense, a la mexicana, a la latinoamericana y a la de otros continentes.
El esquema de decapitar a los cárteles es importante, pero no determinante para acabar con la criminalidad asociada al tráfico de drogas. Por supuesto que es importante extinguir la protección policial, judicial y política que permite a los cárteles crecer y reproducirse, y no hay que eludir ni sacarle la vuelta a ese paso, pero si no hay en paralelo una atención a las causas sociales, culturales, educativas, económicas y de desarrollo para los sectores más vulnerables y expuestos de la población (adolescentes, jóvenes, personas en situación de pobreza y sectores sociales marginados), los cárteles y las drogas seguirán transformándose, pero no extinguiéndose, como es el propósito de todos los Gobiernos.
Mientras no se reduzca la demanda, habrá oferta. Mientras solo se privilegie el enfoque punitivo y se descuide el ángulo de la salud pública, habrá países que pongan las personas muertas, y otros, las que padecen adicciones. Sería conveniente que el esquema de seguridad que se está preparando entre los Gobiernos de México y EE. UU. contemple un enfoque integral e integrado sobre el uso y abuso de las drogas ilícitas.
El otro ángulo que debemos destacar es el uso y abuso político-partidista de la figura del Mayo. Hay una competencia entre los partidos por deslindarse de este personaje y endosárselo al de enfrente, sin caer en cuenta que la longevidad y transversalidad del Cártel de Sinaloa y del mismo capo hablan de estructuras y prácticas que siguen intactas allí, y si no se desmantelan mediante una política integral de Estado, pluripartidista, multidimensional y de amplio consenso ciudadano, seguiremos viendo el surgimiento de más Mayos, y su captura y enjuiciamiento en otros países.
Así que esto aún no acaba.
X: @RicardoMonrealA