Durante gran parte del siglo XX, el sindicalismo mexicano fue uno de los pilares del sistema político. Desde los años cuarenta, los grandes sindicatos —particularmente los afiliados a la Confederación de Trabajadores de México (CTM)— se integraron a la estructura del entonces partido hegemónico, funcionando como un engranaje esencial de control político y movilización social. A cambio de su lealtad, los líderes sindicales obtenían privilegios, puestos públicos y control sobre sus bases. Así, el sindicalismo no solo representaba a los trabajadores, sino que se convirtió en un instrumento de acumulación de poder político y económico.
Durante décadas, la figura del “líder charro” simbolizó esta distorsión: dirigentes sindicales que permanecían en sus cargos por décadas, amparados por el Estado, mientras las condiciones laborales se deterioraban. La relación corporativa entre Gobierno y sindicatos garantizaba estabilidad política, pero anulaba la autonomía obrera. El sindicalismo dejó de ser un movimiento de defensa de los derechos laborales, para convertirse en una extensión del poder gubernamental y de los intereses empresariales cercanos al régimen.
Con la llegada de los gobiernos neoliberales del PAN y del PRI a finales del siglo XX y principios del XXI, el poder sindical se fragmentó. La apertura económica, la privatización y la flexibilización laboral debilitaron a los gremios. Se promovió la individualización del trabajo y la reducción de los derechos colectivos. Los contratos de protección patronal y el outsourcing se expandieron, y los sindicatos tradicionales perdieron legitimidad. En este contexto, la voz de las y los trabajadores quedó reducida, y la negociación colectiva se volvió una formalidad.
Sin embargo, a partir de 2018, con la llegada de MORENA al poder, comenzó una transformación profunda en el modelo laboral y sindical. El nuevo gobierno impulsó una política orientada a recuperar la justicia laboral y fortalecer la representación auténtica de las y los trabajadores. La reforma de 2019 marcó un parteaguas: estableció el voto libre, personal y secreto en la elección de dirigentes sindicales; obligó a la legitimación de contratos colectivos, y creó tribunales independientes, separando por primera vez la justicia laboral de las juntas de conciliación controladas políticamente.
Esta reforma, acompañada del nuevo marco del T-MEC, buscó desmontar el viejo corporativismo y devolver el poder a las trabajadoras y los trabajadores. Los sindicatos se ven hoy obligados a legitimarse ante sus bases, y muchos viejos liderazgos han perdido terreno frente a nuevas organizaciones democráticas. Se observa una renovación del sindicalismo, más horizontal y participativo, que empieza a articular demandas reales sobre condiciones laborales, salarios dignos y seguridad social.
Los resultados son visibles. Durante los últimos años, México ha experimentado los mayores incrementos salariales en décadas. El salario mínimo se ha duplicado, en términos reales, desde 2018, y la brecha con el costo de la canasta básica se ha reducido significativamente. Además, se fortalecieron los derechos de las personas trabajadoras del hogar; se limitó el outsourcing abusivo y se ampliaron las prestaciones sociales. Estas medidas dignifican el trabajo, pero también redefinen el equilibrio entre capital y trabajo, desplazando el poder hacia el lado históricamente más débil: el del trabajador, el de la trabajadora.
El sindicalismo contemporáneo ya no depende del favor político del Gobierno, sino de la legitimidad frente a sus agremiados. Aunque persisten resistencias y cacicazgos en algunos sectores como el petrolero o el magisterial, se abrió un nuevo ciclo en el que la organización obrera vuelve a ser un instrumento de defensa social y no de control político.
En suma, el sindicalismo mexicano está transitando de un modelo de poder corporativo a uno de empoderamiento laboral. Este cambio, impulsado por reformas estructurales y una nueva visión de justicia social, marca un regreso a los principios originales del movimiento obrero: unidad, dignidad y equidad en el trabajo. Lo que antes fue un instrumento de dominación, hoy comienza a recuperar su sentido como fuerza viva de transformación social y económica en México.
X: @RicardoMonrealA