En Cien años de soledad, Gabriel García Márquez narra cómo en Macondo la lluvia cayó durante cuatro años, once meses y dos días. No era solo agua: era aislamiento, deterioro y desesperanza. Las calles se convirtieron en ríos; las casas, en ruinas, y la memoria colectiva comenzó a desvanecerse entre gotas interminables. Esa lluvia, que parecía eterna, simbolizaba el estancamiento de una comunidad atrapada entre el pasado y el olvido.
Igualmente, en Pedro Páramo, de Juan Rulfo, la abuela le pregunta al personaje principal dónde estuvo durante la tormenta, y este responde: “solamente estaba viendo llover”. Muchas familias mexicanas vivieron esa misma escena como una realidad desgarradora. Estaban en sus azoteas, viendo llover, con la esperanza de que el río descendiera y el agua no se llevara lo que tanto les costó construir.
Sin embargo, y pese a su impacto, las tragedias siempre suelen sacar lo mejor de las personas. En los momentos más oscuros, emergen con luz propia la solidaridad, la empatía y el profundo sentido de comunidad que caracterizan al pueblo mexicano.
Las lluvias torrenciales que afectaron a varios estados nos recuerdan, con crudeza, que la naturaleza tiene sus propias formas de manifestarse, y que cuando lo hace con furia, no distingue clases, ideologías ni geografías.
Hidalgo, Puebla, Veracruz, Querétaro y San Luis Potosí sufrieron esta devastación. Familias enteras perdieron sus hogares, sus pertenencias y, en el caso más doloroso, a sus seres queridos, lo cual también nos duele profundamente.
En Poza Rica, el río Cazones se desbordó con una fuerza inusitada, causando inundaciones de varios metros de altura. En cada rincón afectado hubo historias de angustia, pero también de valentía, de vecinos que rescatan vecinos, de manos que se extienden sin esperar nada a cambio.
Hubo llamados de alerta preventiva por parte de las autoridades; sin embargo, es entendible que muchas personas decidieran quedarse a resguardar su patrimonio. Cada ladrillo representa años de esfuerzo y resulta comprensible que hubiese quienes eligieran enfrentar el riesgo antes que perderlo todo.
La presidenta Claudia Sheinbaum dio a conocer que desde el jueves pasado se activaron los protocolos necesarios para atender esta emergencia y que desde este fin de semana estaría recorriendo personalmente las zonas afectadas.
Informó que se instaló el Comité Nacional de Emergencias; la Secretaría de la Defensa Nacional desplegó más de 6,000 elementos bajo el Plan DN-III-E, aplicado por el Ejército, la Fuerza Aérea y la Guardia Nacional, en tanto que la Secretaría de Marina activó el Plan Marina.
Desde el primer momento se comenzaron a abrir caminos, incluyendo más de 100 vías federales afectadas. Se distribuyen despensas, agua potable y se instalaron cocinas comunitarias, para atender a las comunidades más vulnerables.
Son cerca de 111 municipios los que han resentido los efectos de las lluvias, y en todos se trabaja en coordinación con la gobernadora y los gobernadores de los cinco estados. Se han tendido puentes aéreos hacia comunidades que quedaron incomunicadas, y como bien lo expresó la presidenta: “a nadie se va a dejar desamparado”.
En el Congreso también haremos lo que nos corresponde para garantizar los recursos y mecanismos institucionales que hagan posible una atención rápida, transparente y eficaz. Estaremos en comunicación constante con las dependencias federales, para asegurar que las familias afectadas reciban lo necesario y que la reconstrucción empiece cuanto antes.
Por su ubicación geográfica, México está expuesto a fenómenos meteorológicos de gran magnitud. Al estar situado entre dos grandes océanos, nuestro país vive cada año la tensión de estos fenómenos naturales que ponen a prueba la infraestructura y la capacidad de respuesta.
En 2013, el huracán Ingrid y la tormenta tropical Manuel provocaron una de las peores catástrofes naturales en décadas, y en 2024, el huracán John impactó dos veces la costa guerrerense, dejando miles de personas damnificadas.
Pero lo que siempre destaca es la solidaridad del pueblo mexicano. Jóvenes, personas adultas mayores, familias enteras, se movilizan con lo que tienen, porque en México la empatía no se delega, se practica. Esa es nuestra mayor fortaleza: la unión que nace del corazón. Esa capacidad de volver a empezar ha mantenido a México de pie a lo largo de su historia.
En momentos de emergencia, las palabras corren el riesgo de ser malinterpretadas. Pero el silencio no es opción, y no hay peor acción que la falta de acción o la indiferencia. Hoy se debe actuar con empatía, con sentido de urgencia y con la convicción de que, con el respaldo del Gobierno y con la voluntad que caracteriza al pueblo de México, las cosas saldrán adelante.
Vienen días complejos, pero también vendrán otros de esperanza. La reconstrucción no será sencilla, mas la historia nos ha demostrado que de cada desastre nace una nueva oportunidad para mejorar lo que tenemos, para fortalecernos y para volver a creer en nosotros mismos como pueblo y como nación, porque nuestra verdadera fortaleza reside en la solidaridad y la esperanza.
X: @RicardoMonrealA