LXVI LEGISLATURA

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Cada 2 de octubre, la Plaza de las Tres Culturas vuelve a ser un espejo del pasado. No importa el tiempo, este lugar se mantiene como símbolo de lo ocurrido en 1968, cuando la juventud se atrevió a cuestionar al poder y el Estado respondió con balas en lugar de diálogo. Han transcurrido 57 años; sin embargo, la herida aún duele, porque la memoria, como la dignidad, no prescribe.

El movimiento del 68 fue más que una protesta estudiantil. Fue el despertar de una conciencia social, una sacudida ética que unió generaciones. Aquellas y aquellos jóvenes no solo pidieron libertad, democracia y justicia; también abrieron una grieta en el muro del autoritarismo. Y aunque intentaron callarlos, su voz no se apagó.

Muchas y muchos de quienes vivieron ese momento se convirtieron en pilares de la lucha social en el país. Algunos fueron perseguidos; otros, encarcelados, y varios más sembraron desde distintos espacios una cultura política que, décadas más tarde, se uniría en torno a un proyecto común: la Cuarta Transformación.

Porque después del 68 vinieron largos años de gobiernos liberales que dejaron a México con más desigualdad, con instituciones al servicio de unos cuantos y con millones de personas relegadas. El 68 fue el retrato de un sistema que veía en la organización popular una amenaza.

Actualmente, la historia es distinta. Desde 2018, México vive un cambio profundo. La Cuarta Transformación es más que una administración: es la suma de décadas de lucha, de sueños, de causas que se negaron a morir. Y en ese trayecto hay un hilo que conecta al 68 con el presente: la convicción de que el Estado siempre debe estar del lado del pueblo y no en su contra.

Hoy, el Estado dejó de ser un aparato de control y se volvió un instrumento para la generación de bienestar y justicia social. Eso se refleja en programas que han transformado la vida de millones: becas para estudiantes, apoyo a jóvenes que buscan empleo, pensiones universales para personas adultas mayores, inversión en salud y educación pública. Todo con un principio claro: primero los pobres.

Cada 2 de octubre nos insta a recordar a quienes no regresaron a casa aquella noche, pero también a reconocer lo que sembró su lucha. Porque el sueño de un México más justo no murió en Tlatelolco, ya que hoy florece en un país que empieza a construir un verdadero Estado de bienestar.

La memoria no es nostalgia, sino brújula, porque nos recuerda de dónde venimos y hacia dónde vamos. Por eso, al recordar el 68 no solo honramos a las y los caídos; también renovamos nuestro compromiso con la justicia, la democracia y la libertad. Hoy podemos decirlo con certeza: el Estado es un aliado del pueblo.

ricardomonreala@yahoo.com.mx

X: @RicardoMonrealA

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